“Vivimos la historia del crecimiento de Castelar desde el alma”

Ser madre, alegría y dolor, dolor y alegría… parir es una mezcla de sabor dulce y amargo, de risa y llanto. Ser madre en Argentina significa, además, transformar el dolor en lucha. Entrevista a Nora Cortiñas, la madre.

El frío resiste la partida y se prolonga en una primavera tibia y tímida. Media mañana en Buenos Aires, más precisamente en Castelar. Los autos se hacen más presentes, las bolsas de las compras se bambolean de aquí para allá, los brotes de los árboles asoman inquietos. En una casa más sobre la calle Lobos nos espera Nora Cortiñas, una “madre” entre todas las madres. Un ejemplo de vida. La casa es a su medida: lona del portón abierta a media altura, árboles cuyas ramas le pegan a cualquiera en la cabeza; Nora es pequeña de estatura pero grande de alma. Adentro, su casa rebosa de recuerdos de todas partes del mundo: muñecas, adornitos, instrumentos musicales, banderas, libros, silloncitos llenos de almohadones de distintos colores y materiales, fotos con Fidel, con el Comandante Marcos; cada cosa, por más chiquita que sea – incluido el sapo Pepe que descansa sobre el televisor- tiene una historia. El mundo interior de Nora, la que hizo de su militancia de madre un ícono del mundo entero.

«Conocí muchos lugares, sí», nos confiesa, «pero lo más importante fueron las personas que conocí en esos lugares.»

¡Cuántas cosas habrán visto esos ojos de 83 primaveras que hace ya 36 años buscan verdad y justicia! El barrio la envuelve a Nora, que hace las compras en el almacén, en la verdulería, en la carnicería.

«Mi vida es de barrio porque sigo viviendo y comprando en Castelar pero acá no milito. Los vecinos me conocen, me ven si de casualidad barro la vereda… muy difícil», se ríe dulcemente mientras nos comparte la intimidad de su rutina. «La gente me ve tomar el colectivo en Morón; no ve que me vienen a buscar con un auto con chofer y me llevan. Sigo haciendo lo mismo para ir al centro: colectivo, tren, subterráneo. Hay mucho respeto de los vecinos, soy una más del barrio y punto. Saben quién soy pero no me paro a hablar. Yo corro mucho.»

Es verdad, no para: la semana pasada se la vio por Honduras; esta semana viaja a Comodoro Rivadavia; vuelve, baja del avión, se hace una corrida hasta su casa para regar las plantas y luego vuela a Brasil, más precisamente a Río, a un encuentro de Jubileo Sur (grupo internacional que se formó para luchar por el fin de la dominación de la deuda externa, entre otras cosas, en los países del sur del continente).
-¿Nunca pensó en mudarse a Capital?
-No, no me mudaría de Castelar. Lo quiero, es mi espacio. Por más tarde que tenga reuniones y me inviten a quedarme, yo siempre me vengo para acá, viajando. Ahora como no hay tren me vengo en los colectivos que llegan hasta las estaciones. Cuando hay amontonamiento, yo siempre digo que dejen pasar a los hombres primero – risas-. Y si… así no nos empujan. Me tienen admirada: tienen una facilidad pasmosa para dormirse y despertarse justo en la estación en la que se tienen que bajar. Voy a escribir un poema: La ciudad de los hombres dormidos. Se suben, se sientan, cierran los ojos y cuando el colectivo llega a la esquina que tienen que bajar, como un milagro, sin sobresalto, abren los ojos y se bajan. A mí el asiento me lo dan chicas jóvenes, y a veces me lo han dado señoras que tienen 20 o 30 años menos que yo. Cada vez me lo dan menos hombres. ¿Sabés que entiendo de los hombres?, porque quiero seguir siendo humana, no perder la humanidad viajando – dice en tono de chiste mientras sonríe -, pienso que los hombres dicen yo estoy cansado, me levanté a las 5 de la mañana, laburé y esta mujer ¿de dónde vendrá…? porque si vos vas pintadita y decente, limpia, coqueta, dicen capaz que viene de pasear, de tomar el té con las amigas, viene capaz del cine; piensa eso el hombre, porque si no, si el pensara en su madre diría ¿y si fuera mi madre que viene de trabajar?
Llegó a Castelar hace 61 años y nunca más se fue.

«Mi vida es mi barrio. Quiero a este pueblo que es una ciudad ahora. Cuando vine las calles eran de barro, pasaba el lechero con el carrito y el caballo. Mis hijos se subían y se querían ir a repartir con él. Hace poco más de 50 años, ellos esperaban al lechero y al sodero (también pasaba con carrito de caballo). Daban una vuelta y después volvían y me decían: Mirá, el lechero me regaló un yogur porque lo ayude a vender. ¡Qué tiempos deliciosos!», dice entres suspiros.

-¿Qué puede decir de sus hijos?
-Gustavo hubiera cumplido 61 años. Marcelo tiene casi 60. Ambos fueron al colegio Inmaculada, que además era el “potrero” del barrio, y al club Argentino de Castelar. Bien de barrio. Marcelo terminó los estudios secundarios en la escuela Juan XXIII de Ramos Mejía. Los dos estudiaron en la Universidad de Morón: Gustavo, cuando comenzó a tomar conciencia política, se pasó a la UBA, y Marcelo terminó allí una Licenciatura en Recursos Humanos- reflexiona unos instantes antes de seguir-. Chicos sensibles a todo lo que pasa en el país. Marcelo no se dedicó a la política pero siempre fue solidario, con sus compañeros de estudios, de trabajo; tuvo todas las virtudes de un chico de barrio sencillo y solidario. Gustavo prefirió dedicarse a la política, se fue a la villa 31 y a Saldías a militar con el padre Carlos Mugica y el terrorismo de estado no soportó que la juventud militara, exigiera y trabajara con el pueblo, y por eso esa represión.
– ¿Cuántos años tenía cuando se casó?
– Yo tenía 19 años y Carlos, mi marido, 25. Hace ya 19 años que murió… ¿Sabés una cosa? Estoy empezando a extrañarlo… Fue un gran colaborador de este movimiento. No se dice mucho sobre la labor de los padres; pero ellos sufrieron más. Nosotras encontrábamos en la lucha desahogo cuando gritábamos o insultábamos a los milicos. Ellos, cada noche, esperaban llenos de ansiedad nuestro regreso. Tenían miedo de que también desapareciéramos como desapareció Azucena Villaflor.
– ¿Cuál es el mensaje de vida, el secreto de la felicidad, para los más chicos, los más jóvenes?
– A los chicos hay que dejarlos con la libertad de pensar y sentir, hay que dejarlos opinar, hay que informarlos, respetarlos; tiene que haber comunicación en la casa, en la escuela, no tratarlos como si fueran entes. Hay que dejarlos pensar, sentir y decir.
El mediodía nos apura con olor a sopa colándose bajo la hendija de la puerta. Dejamos a Nora preparándose para salir con paso apresurado, como siempre, como todos los días. Norita Cortiñas, profesora de alta costura, ahora militante siempre informada y comprometida con la realidad; abuela de tres nietos; bisabuela de tres bisnietos; esposa de Carlos; madre de Gustavo y de Marcelo. Madre de todos. Madre de Plaza de Mayo.

por Noelia Venier

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