Un poemario donde el autor escribe intentando salvar algo de la ferocidad del mundo. Así como en la oscuridad una chispa es sol, encandilan sus versos que nos recuerdan las preguntas esenciales.
Cosas sencillas que se nos olvidan cuando corremos. O cuando las pantallas, que no son árbol ni nube, entran por los ojos al recinto sagrado para devorar el alma en un descuido.
Menuda tarea la del poeta que dice no. El tamaño de su empresa no se mide en algoritmos. Sus tristezas se expanden… igual que sus esperanzas. El amor que triunfa y cae, la verdad que duele y libera. Todo es ganancia para su pluma asombrada.
Para la continuidad de un incesante despertar. Sí, amanece aun después de la muerte. La vida que cruza a borbotones es atrapada desde una ventana del conurbano por la palabra escrita del poeta solitario.
Que no está del todo solo. Lo acompañan los dibujos de un alumno: Luís “el Renzo” Layco con trazo fiel de quien también late. Porque siempre alguien espera del otro lado de la soledad. Alguien que, espalda con espalda, nos acompaña en el camino de los molinos de viento para buscar la luz que se abre paso desde la oscuridad.
“Tengo más de sesenta años, entregué gran parte de mi vida a prepararme para trabajar y trabajando. Tratando de entender problemas, proponer soluciones y ponerlas en práctica. Me fue tan bien, que nadie lo notó. Soy miembro de la generación post bomba atómica, y crecí viendo películas que mostraban la valentía, honradez y honor del hombre blanco y del soldado americano, y con esa impronta llegué a ver la tercera década del siglo XXI. Ese siglo que el cine mostraba con problemas nuevos y aventuras intergalácticas. Ahora entiendo la vida un poco diferente, no me arrepiento, porque de mis errores he construido lo mejor de mí. Escribo para conocerme mejor y para que otras y otros no se sientan tan solos en este camino de la vida”, compartió Miguel en su libro Desde la oscuridad.
