Por Bianca Salvatore

Nacer sintiendo que tenés que destruirte, nacer sabiendo que te van a destruir. Crecer escuchando cómo odian quien sos. Crecer consumiendo odio en cada esquina, en cada canción, en cada película, en cada familia, en cada escuela. Sentir que vos sos el problema. Tener miedo de hablar porque te pueden matar, en sentido simbólico o en sentido literal. Que te pidan una respuesta, que te exijan como si fuera tarea decirles quién sos y quién te gusta. ¿Desde cuándo a la gente le importa tanto si encajás o no dentro de su invento de pareja que no funcionó?
Las reminiscencias del medioevo, todo es igual. Con un par de palabras se acusa a alguien, se lo juzga, se lo quema. Se queman a las brujas, se queman a las mujeres, se queman a las lesbianas. La puerta está cerrada. Se escucha el grito de la homofobia, se escucha el odio, se desintegra y se desgarra cada cuadro de esa casa, cada foto, cada objeto, se desintegra su historia y por último, ellas. Es irónico que en esta sociedad dé más miedo amar que odiar.
Pero a pesar de esto, creo que hay un pasado que no se olvida. Ese pasado que nos horroriza y que no podemos creer que en algún momento fue real. Ahora está volviendo a existir y deseo que esta vez el amor no pueda desintegrarse con fuego, que siga vivo en la lucha y la resistencia de una sociedad que se niega a volver al pasado. Que el grito del odio sea silenciado por la fuerza de un pueblo.
