“La cortesía no cuesta nada y lo compra todo”

por Lic. Silvina Rodríguez Huisi, psicóloga y autora local

Cuando yo era una adolescente y estaba haciendo el bachillerato, concurría a una escuela del centro de Pilar, la emblemática Escuela Tratado del Pilar, que hoy es la media número 8,  que en ese entonces (década del ochenta) todavía tenía su sede en la esquina que forman las calles Lorenzo López y 11 de septiembre, apenas cuadra y media de la Parroquia y de la plaza principal.

En esa época yo vivía mucho más lejos que ahora de la ciudad, por lo que para llegar a la escuela tenía que tomar un colectivo, más precisamente el de la línea 350, de la empresa San José, ¿se acuerdan?  Recuerdo que una vez, esperando el colectivo en la terminal,  de regreso a mi hogar, quedé muy sorprendida cuando veo llegar al 350 que, no sólo llegó puntual sino que además ¡estaba realmente impecable! ¡Tanto por la limpieza exterior pero mucho más por su ornamentación!  Ya que por fuera estaba prolijamente fileteado, con flores, lazos, cintas argentinas, flechas y pequeños arabescos que adornaban magistralmente las letras, los números y los faros, dándole ese toque singular. Por dentro, contaba con espejos con los bordes biselados, sobre el parabrisas viseras de cuerina matelaseadas con flequitos de seda y la palanca de cambios tapizada en chifón rematada con una bocha acrílica reluciente, entre muchos otros detalles, como banderines, borlas y lucecitas. Y, por supuesto, la vieja boletera de acero inoxidable, donde los boletos numerados y de varios colores combinados se asomaban, y contadas veces, cuando me tocaba un capicúa, me gustaba pegarlo en la contratapa de la carpeta, como un recordatorio para la suerte.

Pero aquella tarde, la verdadera suerte fue encontrarme con una frase fenomenal, que leí en un cartelito pegado justo debajo del reloj que tenía en medio el colectivo… Una pequeña frase que caló hondo mi corazón juvenil y que siempre memoricé: “La cortesía no cuesta nada y lo compra todo”.

Esta breve sentencia me pareció simple y llena de sabiduría. Entonces observé que ese micro, por ejemplo, era cortés, tan limpio y adornado, con su chofer gentil, que saludaba mientras te cortaba el boleto y te daba los australes que te quedaban de vuelto; era cortés la gente que esperaba paciente mientras otras subían con las bolsas del supermercado Max o de la Economía; los pibes y las pibas que salíamos con los guardapolvos de la Oficial o los uniformes del Fátima, cansados pero felices, riendo y haciéndonos  bromas para sentarnos en el asiento del fondo.

Esa frase “La cortesía no cuesta nada y lo compra todo” hace alusión a una de las aristas más simples y humildes del amor…  Esa cortesía que siempre está presente en ese gesto de “Pase usted primero”, “¿Le ayudo con la bolsa?”, “¡Después, a la vuelta, me lo paga!” Gestos chiquitos pero enormes, gestos que no se han perdido del todo… ¡En serio les digo! Todavía hoy se ven esos pequeños gestos que se convierten en grandes victorias que derrotan el tedio y la amargura en los corazones, que destierran la desconfianza y la falta de Fe en el ser humano, que se llevan de un soplido las quejas agoreras para instalar suspiros de alivio y de esperanza… Lo que pasa es que son anónimas, claro, no tienen el protagonismo de las primeras planas en las consciencias colectivas, pero les juro, que siguen existiendo.

¡Presten atención! Donde se ejerce la cortesía siempre se instala una sonrisa y se recoge, casi de inmediato, la calidez de sentirnos próximos, vecinos, hermanos, gente que comprende enseguida y que es cortés porque se dió cuenta que con serlo, ya ganó con creces…

Y para que no nos olvidemos y lo tengamos presente, me dan ganas de repetirles los versos de una canción de la eterna Eladia Blázquez, que dice así:

Vení… charlemos, sentate un poco.
¡No ves que sos mi semejante!
A ver probemos, hermano loco
salvar el alma cuanto antes.
Es un asombro, tener tu hombro
y es un milagro la ternura…
¡Sentir tu mano fraternal!
Saber que siempre para vos…
¡El bien es bien y el mal es mal!

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