Un alimento del que no deberíamos prescindir: es una hortaliza muy energética aconsejada en casos de anemia, enfermedades de la sangre y convalecencia debido a su alto contenido en hierro, azúcares, vitaminas C y B, potasio y carotenos.
Los antiguos romanos fueron una de las primeras civilizaciones que cultivaron remolacha para utilizar las raíces como alimento. Las tribus que invadieron Roma extendieron la remolacha a todo el norte de Europa donde se utilizaron, al principio, para la alimentación animal y, luego, para el consumo humano.
Cuando el acceso al azúcar de caña fue restringida por los británicos, Napoleón decretó que la remolacha se utilizaría como principal fuente de azúcar, lo que aumentó su popularidad.
Es particularmente rica en folatos y ciertas vitaminas del grupo B, como B1, B2, B3 y B6. Es, junto con la berenjena y el pepino, una de las verduras con menor contenido en provitamina A y en vitamina C.
Contiene fibra, soluble e insoluble: la fibra insoluble es beneficiosa para el tracto intestinal mientras que la fibra soluble mantiene controlados los niveles de azúcar en la sangre y el colesterol. Además, es una hortaliza rica en yodo, sodio y potasio. Están presentes, en menor cantidad, el magnesio, el fósforo y el calcio.
Las hojas (cuello) de la remolacha son una fuente excelente de vitamina A y las raíces (remolachas), de vitamina C.
Debido a su moderado valor calórico, puede utilizarse en dietas de control de peso, si bien hay que tener en cuenta la ración de consumo y la condimentación. Proporciona una buena sensación de saciedad, lo que limita el consumo de otros alimentos más calóricos. Además, por ser laxante combate el estreñimiento y las molestas hemorroides. También es un buen remedio para mejorar la función hepática y para las infecciones en la vejiga urinaria.
La sabia naturaleza pone a nuestro alcance todo lo necesario para nuestro bienestar; en este caso, las remolachas y su rojo-bermejón intenso tan parecido a la sangre que corre por nuestras venas.
