“Soy feliz en este lugar”

María Eugenia Di Miro, Directora de la Biblioteca Domingo Faustino Sarmiento de Morón, bibliotecaria con risa en las alas.

Cuentan que a lo largo de la historia las bibliotecas siempre fueron el blanco durante invasiones, guerras y demás odios del hombre, como si destruyéndolas pudiesen acabar con el pasado de un pueblo: así ardió la Biblioteca de Alejandría y, algunos cientos de años después, la Biblioteca de Irak cuando Bush invadió esas tierras. También cuentan que hubo un solo refugio de libros a prueba de guerras e incendios: la biblioteca andante fue una idea que se le ocurrió al Gran Visir de Persia, Abdul Kassem Ismael, a fines del siglo diez. Hombre prevenido, este incansable viajero llevaba su biblioteca consigo. Cuatrocientos camellos cargaban ciento diecisiete mil libros, en una caravana de dos kilómetros de largo. Los camellos también servían de catálogo de obras ya que cada grupo llevaba los títulos que comenzaban con una de las treinta y dos letras del alfabeto persa.
Curiosidades de la historia que se eternizan en papel y tinta. No hay poder que pueda destruir la palabra, herencia de los que nos antecedieron. Misterios como los que nos comparte María Eugenia Di Miro (Maru) mientras el silencio de los libros la rodea abrazándola desde los estantes.

“Hay muchos misterios dentro de estas paredes. Por ejemplo, la biblioteca no tiene una historia contada, había una con datos muy sueltos, esporádicos. Otro de ellos es que había muchísimos libros valiosísimos, entre esas cosas estaban los Caras y Caretas, la revista Sur, libros de la ilustración del año 1700, la historia de Francia, libros de literatura del 1500 y 1700, llenos de polvo, abandonados. Estuvimos tres meses restaurándolos. Si hay algo de lo que me siento orgullosa es de este trabajo que hicimos porque rescatamos el patrimonio de los vecinos. ¡Esto es de ellos! Lo tenemos, es de todos, no me sirven guardados en una caja divinos pero sin que los vecinos los vean. No tenemos idea de cuál es el origen. No sabemos si alguien los trajo. Es misterioso. La biblioteca tiene muchas cosas misteriosas.”

El camino de la vida la encontró en Haedo, después de haber llegado a este mundo no hace mucho en Capital Federal. Los recuerdos de la infancia y adolescencia la transportan a las veredas con tilos y a las casas con parques grandes y verdes en plantas que la vieron partir un día cualquiera a los 18 años hacia Morón, descansando algunos años en una casa sobre la calle Córdoba, y luego instalarse definitivamente sobre la calle San Martín, a donde actualmente reside a pocas cuadras de este espacio tan querido.

“Vinimos con mi hermana Alicia por una decisión de mi mamá que quería estar en un lugar más céntrico. Somos cuatro hermanos, pero con Alicia somos como gemelas. Tenemos una historia muy linda con ella. Yo hice la primaria en la escuela N° 81 del Palomar y el primer año de la secundaria en el colegio San Carlos Gorromeo de Haedo. Mi papá se enfermó y no podían pagarme la cuota entonces el padre Francisco le dijo que dadas las circunstancias me mandaran a estudiar corte y confección. Estuve 1 año recluida en mi casa muy triste porque sentía que no iba a poder con eso. Después, Alicia, que había hecho el pre ingreso al Dorrego, se queda sin vacante pero, gracias a su buen promedio, la derivaron a la escuela Esteban Echeverría y ahí mi mamá me propuso estudiar con ella y así fue como hicimos juntas toda la secundaria. Es lo más lindo que me pasó en la vida porque ella es súper lógica y terrenal y yo todo lo contario; nos sentábamos juntas, éramos el mejor promedio. Fuimos muy felices y ahí nos encontramos como hermanas. La vida me premio, mi papá y mi mamá no me habrán dejado herencia material pero me dejaron a mis hermanos que es lo mejor que tengo en la vida, lo cuento y me emociona.”

La vida que transcurre sin casualidades hizo que su destino estuviese habitado por personas que de alguna manera la guiaron: carrera de Letras en la UBA gracias a un profesor de la secundaria del que se enamoró, profesorado de italiano porque su padre se lo transmitió en los genes, militancia por sus hermanos mayores y por otros personajes políticos que poblaron su vida…

“Tuve dos referentes en la política, uno fue Raúl Alfonsín y el otro Martin Sabbatella. No pude votar cuando Alfonsín fue presidente pero lo amaba y de hecho empecé a militar y fui presidente del centro de estudiantes por él, me encantaba su oratoria. Quizás ahora no esté tan presente, militando tan fuerte, pero la militancia tiene que ver con el trabajo de todos los días. Todo lo que se hace se hace pensando en los vecinos y en otros compañeros que están en lugares estratégicos y uno tiene que acompañarlos como una forma de honrarlos. Muchos piensan que es un error porque habría que seguir a las ideas y no a las personas pero Martín es el conjunto, en él se combinan las ideas y la persona.”

Más tarde, llega a su vida la bibliotecología, con la que alguna vez soñó cuando como estudiante del secundario venía a este lugar a buscar información.

“Hice la carrera de bibliotecología en el profesorado 182, no muy convencida sino porque me obligó José Carreras que era el que daba las clases acá, me hizo ver que esto no era solamente guardar un libro. Cuando José se enferma, me pide que siga yo al frente del taller con la modalidad que quisiera porque siempre le decía que había que enseñarle a los compañeros algo que pudieran poner en práctica, por ejemplo, en las bibliotecas populares, a donde se necesita laburar con la copa de leche, con el pibe que tiene que hacer las tareas. La carrera te lleva a pensar que todo es ideal, pero la realidad te enseña a adaptar ese ideal. Hace más de 10 años que estoy acá. Amo este espacio y agradezco todos los días levantarme y decir ‘voy a la biblioteca’. Todo el tiempo pruebo recetas y eso la gente lo ve, yo no me quedo con la receta por más que una vez haya salido bien. Hay una biblioteca circulante dentro de la biblioteca: hoy los libros están acá y mañana están en otro lado. No están en el mismo lugar siempre, y no es caprichoso, es que uno va viendo en que espacio son más funcionales. Además, el espacio de la biblioteca tiene que ser más relajado, menos estricto y riguroso.”

– ¿Qué es lo mejor de Morón y de la biblioteca?
– Fundamentalmente el dialogar y el poder encontrarte con el vecino, es un Morón totalmente participativo. Este lugar durante muchos años fue un lugar sólo de información, hoy podemos construir otro tipo de biblioteca con el perfil que le va dando el vecino. Uno tiene una formación que le permite tener claro que es lo que se tiene que hacer técnicamente pero la biblioteca se construye desde otro lugar. Se construye desde el encuentro con el vecino que quiere una receta de cocina, o encontrarse con un escritor vecino moronense o gente que quiere leer algún tema especial sobre psicología o sobre historia, estamos siempre a la escucha. El respeto por el otro es la bandera de esta gestión. Hay una preocupación por resolver los problemas del otro. Porque uno es vecino también. Lo mejor de trabajar acá es el equipo de trabajo que conformamos. Yo soy feliz en este lugar. Por ejemplo, haberme encontrado en el camino con Inés Bombara. Es una persona con la que estoy orgullosa de trabajar. He tenido la suerte de encontrarme con personas que me han dejado ser libre a la hora de trabajar y eso es importante. Trabajar con tanta libertad es importantísimo.
– ¿Qué actividades se realizan en este espacio?
– La verdad es que la biblioteca nos queda chica a veces y es por eso que no hay más actividades. Los talleres que funcionan acá, fijos, son el Taller de Narración Oral, 1er y 2do nivel; Talleres Literarios y los descentralizados que funcionan en las UGC de distinto barrios, acá los coordina hace más de 20 años Alberto Ramponelli; y el de Encuadernación Artesanal, coordinado por la profesora de encuadernación artesanal Ernestina Fredigo. También está Rubén que nos ayuda mucho con la conservación de los libros.
Maru llena de palabras el aire del recinto donde descansan uno al lado del otro seres antagonistas que también llenan de palabras nuestras vidas. Los libros, silenciosos y respetuosos ante la charla, la escuchan contarnos que la hace feliz enseñar.

“La docencia es algo que no dejaría de hacer nunca. Soy feliz dando clases en un aula porque aprendí que no soy yo la que baja el conocimiento, muchas veces es el otro el que me enseña. Soy feliz con mi hermana. A veces siento que ninguna de las dos puede vivir sin la otra, este último tiempo fue muy duro por la pérdida de mi mamá, la enfermedad de ella fue difícil, nos unimos más todavía, ahora más que nunca.”

La voz se le entrecorta en el recuerdo de la familia, porque ¿qué somos sin ellos sino más que individuos vagando solitarios por este mundo? Maru sabe que la vida está formada por la telaraña de seres que como planetas orbitan alrededor nuestro dándonos sentido. Puede sentirse orgullosa de su trabajo en un espacio que supo enfrentar siempre las venganzas humanas y renacer de las cenizas.

por Noelia Venier

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